Además de la misión de anunciar y llevar la alegría del Evangelio a todos los pueblos, Jesús envió a sus discípulos a vivir juntos “para que el mundo crea” en el amor del Padre, que se manifestó en él. Por eso, como misioneros, nos comprometemos a hacer de la fraternidad y de la vida en comunión el primer mensaje que llevamos a los países a los que somos enviados.
Nuestros días están llenos de compromisos en varios frentes: en las actividades de evangelización, en el acompañamiento de las comunidades cristianas, en los proyectos de promoción humana, en la acogida de personas y en los talleres penitenciarios. San Agustín escribió: “Quien ve la caridad, ve la Trinidad”. Es este amor, de “primera calidad”, el que intentamos hacer visible en cada gesto y en cada encuentro, buscando sobre todo incorporarlo a la vida de las relaciones entre nosotros.
Numerosos textos sobre la vida consagrada subrayan que el signo de la fraternidad es de la mayor importancia, porque fructifica en la misión de la Iglesia: “Toda la fecundidad de la vida religiosa depende de la calidad de la vida fraterna en común”, resume uno de los documentos más importantes sobre este tema. Experimentamos, bajo nuestra piel, e intentamos, en nuestra vida, alimentar la dimensión fraterna.
Aquí, en Maputo, no siempre conseguimos reunirnos con todos a la hora de comer, y por la tarde, cuando terminamos nuestras actividades, preferimos alargarnos quedándonos un poco más. Aprovechamos para estrechar nuestras relaciones, para contarnos algo que nos ha pasado durante el día, algún episodio divertido que hemos vivido, o incluso para compartir alguna conversación que no hemos conseguido desarrollar durante la jornada. A veces seguimos hablando de lo que compartimos durante la cena.
Es un espacio de fraternidad donde los misioneros viven en sus respectivas casas, reuniéndose en el círculo restringido de su propio núcleo. Son momentos sencillos, pero que alimentan la fraternidad y fortalecen las relaciones.
Nuestra Comunidad es una comunidad internacional, con personas procedentes de continentes y culturas muy diferentes. Acogemos a los jóvenes en formación y a los misioneros mayores. Los momentos de fraternidad facilitan la integración, nos ayudan a conocernos mejor: nuestra comunidad es la alegría de una llamada común a ser una familia para el mundo. Reír, jugar, tener momentos lúdicos juntos fortalece y restaura.
El Papa Francisco escribe en la tercera exhortación apostólica Gaudete et Exsultate que “el amor fraterno multiplica nuestra capacidad de alegría, porque nos hace capaces de alegrarnos por el bien de los demás”. Esta es la multiplicación que necesitamos para ser, entre nuestros hermanos mozambiqueños, testigos de Jesús.