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Domenico: “Todo empieza con una misa”

Estando en las afueras de la ciudad, Domenico mantiene los ritmos de la vida agrícola y se levanta temprano para ir al campo o al trabajo, sin embargo, para él y para muchos el primer compromiso diario durante la semana es asistir a la misa en la iglesia madre de la misión.

Vivir la misión ad gentes en la región central de Burkina Faso, es decir, en la capital Uagadugú, significa empezar el día muy temprano. Estamos cerca de la línea ecuatorial, por lo tanto, los días tienen aproximadamente 12 horas de luz y 12 horas de oscuridad. Por otro lado, no soy un gran madrugador y me cuesta un poco levantarme. El despertador suena a las 5 de la mañana y a esa hora se produce el típico silencio del final de la noche en el barrio. Ese momento en el que sientes tu alma más cerca de Dios, dispuesta a recibir de sus manos un nuevo día que comienza.

El desayuno es muy sencillo: un poco de té y un trozo de pan. A veces, también nos regalan café que nos ayuda a despertarnos. Luego, es el turno de vivir la misa. El trayecto hasta la iglesia dura unos minutos y en este recorrido me cruzo con muchas otras personas que van a trabajar. Las madres, con sus bebés a la espalda, suelen llevar fardos con la mercancía a vender en sus bicicletas o en la cabeza; los padres jóvenes van a la ciudad en busca de trabajo y los alumnos van a la escuela. En el camino me gusta acercarme a cada uno de ellos, escuchar sus deseos, expectativas y esperanzas.

Las luces del amanecer hacen que todo parezca hermoso, envolviendo el paisaje en colores suaves, ocultando la pobreza de las casas, la miseria y esas situaciones que, a la luz del día, por el contrario, se revelan descaradamente con todo ese contenido dramático.

La misa es rápida durante la semana: comienza a las 5:45 a. m. y dura un máximo de 30 minutos. Esto permite que todos lleguen al trabajo a tiempo. Cuando llego a la iglesia, suele haber entre 150 y 200 personas ya en oración, esperando que comience la celebración. Todo sucede en la lengua local, el moré, que después de tres años en la misión se me ha hecho muy familiar. Rezar en otro idioma me hace ver a Dios desde una perspectiva diferente, porque la lengua transmite conceptos y matices nuevos y enriquecedores. Desde que llegamos a Burkina Faso, el número de personas que se han convertido al cristianismo en nuestra misión ha aumentado, porque han conocido a Jesús. A menudo me sorprenden sus elecciones diarias, ya que, muestran una relación viva con el Maestro.

Recuerdo que hace unos meses fui a la iglesia al amanecer, tras una noche de fuertes lluvias. Los caminos de tierra estaban todos inundados y llenos de barro. Pensé que encontraría la iglesia inundada (como ocurre a veces después de las lluvias) y que no sería posible celebrar la misa. Cuando llegué, vi el pobre suelo de hormigón húmedo, pero limpio; todavía había mucha agua alrededor de la iglesia, pero su interior permanecía intacto. Entonces pregunté a las personas presentes por qué el agua no había entrado a la iglesia y como respuesta señalaron a dos mujeres que llegaron a las 4 de la mañana para limpiar. Me acerqué para darles las gracias y su respuesta fue conmovedora: «Por Dios hay que hacer todo, incluso lo que parece difícil, luego Él nos da la fuerza».

Estas son las palabras con las que ahora empiezo a menudo mi día y que comparto con los demás: «¡Haz todo por Dios, incluso lo que parece difícil!»

Un día con los Misioneros