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Alessia: con los jóvenes, por un futuro de luz

Han pasado 10 años desde que comencé mi andadura en la Comunidad Misionera de Villaregia. Recuerdo que cuando tenía 18 años, en una reunión nocturna a la que asistí con algunos misioneros, me acerqué ingenuamente a uno de ellos con una pregunta concreta:

“¿Pero cómo se hace para ser misionero? Concretamente, ¿qué hay que hacer?”.

Ciertamente, aún no tenía claro lo que significaba la misión, y menos aún la palabra consagración, pero sentía que había algo que me atraía especialmente. Hasta tal punto que despertó esta duda en mí.

En el encuentro con la Palabra, en la escucha de las experiencias en la misión y sobre todo en el trabajo conjunto, el Señor me habló. Esto es lo que experimento cada vez que un nuevo grupo de jóvenes viene a nuestra Comunidad para hacer una experiencia de espiritualidad y servicio.

En la comunidad de Vedrana, acogemos a jóvenes scouts para las rutas de invierno y verano, compartiendo intensas jornadas de conocimiento mutuo. La casa está llena de jóvenes que desean ser útiles y recorrer parte de este camino con nosotros. Cuando llegan, aún no los conocemos, pero se puede ver en sus rostros la curiosidad por entender dónde han ido a parar.

Además de nosotros, conocen a familias que vienen a ayudar a nuestros “invitados especiales”: jóvenes de varios países africanos y asiáticos que viven en casa de los misioneros. Son inmigrantes en Italia, acogidos por nuestra Comunidad y se les ofrece un ambiente familiar y de interacción. Además, para ellos, la presencia de los scouts se convierte en una oportunidad para hacer amigos, compartir algo de su historia y practicar la lengua italiana.

Por la mañana, después de un buen desayuno, todo el mundo está listo para las actividades que nos esperan: cocinar, trabajar en el jardín, mover los muebles, ordenar la casa… y mucho más. También hay oración, encuentro con la Palabra, intercambio de pensamientos y escucha mutua.

Pasamos el día de forma muy sencilla: compartir las comidas y trabajar juntos son momentos preciosos. Aprendes más, intercambias experiencias y te diviertes en actividades rutinarias, como lavar los platos o limpiar una habitación. Se experimenta la belleza de lo ordinario, de la convivencia en lugares cotidianos, con el espíritu de una Comunidad que quiere colaborar por otra persona, para conocer mejor la situación en la que viven muchas personas en otros países del mundo.

Estos momentos de encuentro se convierten en la oportunidad de profundizar en un gran viaje de descubrimiento de mundos que a veces nos parecen muy lejanos.

El padre Roberto cuenta su experiencia en Costa de Marfil. Marco nos muestra imágenes de Mozambique, hablándonos de hombres, mujeres y niños, que a su vez adquieren nombres y rostros en nuestras mentes y corazones. Esto se hace aún más evidente cuando habla de Ambr, un joven sudanés que hoy vive en Italia gracias al proyecto de corredores humanitarios: es él quien cuenta su historia. Los jóvenes le escuchan con atención y descubren la singularidad: comparten los mismos sueños y proyectos.

La vida compartida nos hace sentirnos hermanos: culturas diferentes, condiciones de vida diferentes y personas diferentes que descubren la riqueza del encuentro y de un Dios presente en la Palabra, en la vida cotidiana y en las historias de los cercanos.

Todo el mundo se involucra y da su tiempo. A menudo, al escuchar una experiencia, surgen nuevas preguntas y se refuerza el deseo común de actuar en favor de los pobres.

Aunque nos conozcamos desde hace poco tiempo, compartir la sencillez de la vida cotidiana nos convierte en familia y nos hace descubrir que cada uno puede ser una pequeña luz de esperanza para el otro, un testimonio alegre de la vida en el Evangelio.

Un día con los Misioneros