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Katia: Si me dejas enviar

Me encuentro en el hemisferio sur del mundo, precisamente en Perú, mientras leo las palabras del Papa Francisco dirigidas a todos los cristianos con motivo de la Jornada Mundial de las Misiones 2020:

“Dios nos pide nuestra voluntad personal de ser enviados, porque él es amor en un movimiento de misión perenne, saliendo siempre de sí mismo para dar vida.”

Durante el año 2013 cuando llegué a esta tierra que amo, en la periferia sur de Lima. Aquí, como misionera, trato de recibir cada día la llamada de Dios que me envía continuamente a mis hermanos y hermanas. Toda nuestra jornada está marcada por el encuentro con personas que llevan pesadas cruces, que viven en situaciones de pobreza, enfermedad, desempleo, soledad…

Tres veces por semana, junto con un grupo de laicos de la misión, me organizo para visitar a los enfermos. La lista es larga: niños, jóvenes, adultos, ancianos… Hay que visitar, acompañar, compartir el amor. Como Anthony.

La primera vez que lo conocí fue en una de las iglesias de la misión. Llevaba un sombrero en la cabeza, lo que me llamó la atención. Me acerqué y me di cuenta de que no tenía pelo: estaba recibiendo quimioterapia. Sus ojos me miraban fijamente mientras me contaba su historia, los dolores iniciales y el diagnóstico de cáncer en la pierna.

Anthony con un voluntario de la misión

Seis meses después, le amputaron la extremidad. Durante dos años, Anthony luchó duramente contra el cáncer, y el 25 de julio de 2020, Día del Apóstol Santiago, falleció. Tenía mucho miedo de morir y me pidió que lo visitara, que estuviera a su lado, rezando. Me pidió que le ayudara a vivir bien esta etapa de la vida, hacia una nueva.

Cada vez que lo visitaba, me pedía que no me olvidara de sus padres, porque ya habían perdido a otro hijo por un paro cardíaco. Yo estaba con ellos cuando falleció Anthony. Su madre nos invitó a rezar y dijo: “ahora Antonio se encontrará con su hermano y con Dios, y María lo recibirá.

A pesar de este enorme dolor, la madre de Antonio siguió amando, como dice el Papa “saliendo de sí misma para dar vida”. Al cuidar a un joven que tuvo un accidente y estaba en silla de ruedas, había sentido que ese joven era como un hijo para ella. Hoy en día, el mismo amor maternal se manifiesta también cuando visita el hogar, donde se acoge a los niños abandonados.

Me quedo con el legado de Anthony: “no te olvides de mis padres”. Con estas palabras, acepto la invitación de Dios a estar con los que sufren, a amarlo en los enfermos, a ser enviado cada día a las calles y a las casas de misión.

Los padres de Anthony cuidan de otros niños que necesitan ayuda.

Un día con los Misioneros