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Ángel y Yolanda: Acompañando a las jóvenes empresas

Somos miembros y parte activa de la Comunidad desde hace más de 20 años, desde la fundación de la misión de Arecibo. Hoy, junto con otros hermanos y hermanas, dedicamos gran parte de nuestro tiempo y compromiso a las obras de promoción humana que la Comunidad apoya en Puerto Rico.

¿A qué se debe este interés y atractivo por la actividad social de nuestra comunidad? Para entenderlo, basta con mirar lo que Dios ha hecho en nuestra historia como pareja.

Nos conocimos cuando éramos estudiantes universitarios. Sin embargo, fue el camino de la pastoral juvenil el que nos permitió conocernos mejor. La formación que recibimos tenía un alto contenido social, político y comunitario, temas bien arraigados en el contexto de la Iglesia latinoamericana de la época. Desde muy pronto entendimos la importancia de la persona en todas sus dimensiones, no solo la espiritual, y por tanto la importancia de promover el desarrollo integral. Esto nos permitió comprender mejor el papel concreto que, por fe, asumimos como discípulos misioneros de un Dios que se encarnó, que vivió, abrazó y tomó sobre sí todas las injusticias y opresiones, que amó preferentemente a los pobres y que sigue haciendo todo esto a través de nosotros. La Comunidad Misionera de Villaregia es, para nosotros, el espacio en el que se manifiesta este compromiso de pareja hacia nuestros hermanos y hermanas que hoy viven una vieja y una nueva pobreza.

Hace varios años, pusimos en marcha un proyecto de incubación de microempresas para que las personas con escasos recursos económicos pudieran crear una empresa individual o familiar. Puerto Rico es un país cuyas instituciones son muy frágiles, inmerso en una crisis económica sin precedentes, por lo que gran parte de la población vive en una situación de gran vulnerabilidad social y desigualdad económica. Las oportunidades de trabajo legal y bien remunerado son muy limitadas. En la ciudad de Arecibo, la tasa oficial de desempleo se acerca al 10%, sin contar con los numerosos trabajadores de la economía sumergida.

Por razones directamente relacionadas con la situación económica, más de medio millón de puertorriqueños (de una población de 3,5 millones) han emigrado a Estados Unidos en los últimos 10 años. En este contexto, nuestro proyecto constituye para muchos una valiosa oportunidad de formación profesional para crear pequeñas empresas.

Soñamos con crear una nueva economía para nuestro país, una economía cuyo centro sea la persona y el respeto a nuestra “casa común”, nuestro planeta. Por ello, la formación que ofrecemos pretende que las nuevas empresas que se creen sean gestionadas según los principios y valores del compromiso socio-ambiental y la solidaridad. Con este humilde esfuerzo, queremos contribuir a uno de los mayores retos de nuestro país, tal y como lo describen los Obispos de Puerto Rico: “Necesitamos urgentemente una economía más solidaria, que favorezca el desarrollo de las pequeñas empresas y de las empresas familiares, que impulse nuestra agricultura para reducir la dependencia alimentaria, con resultados y beneficios que generen riqueza real y desarrollo local”.

Inspirados por este sueño, acogemos a los participantes de la iniciativa cada sábado. Les acogemos, les escuchamos, les acompañamos, les animamos, les ayudamos a identificar y discernir sus sueños y esperanzas. Aunque nuestro servicio es sólo “un grano de arena”, lo llevamos a cabo sabiendo que expresa compasión, cuidado y cercanía a un Dios que camina con nosotros. Como Comunidad, realizamos este servicio como una misión, de aquellos que son enviados a una realidad que necesita cuidados y atención, que nos pide conocernos y “estar” con la gente, salir de nosotros mismos, buscar fuera (fuera de nuestra casa, fuera de nuestra seguridad, fuera de nuestra relación de pareja) al Jesús que nos espera, que necesita ayuda para enfrentarse a todo tipo de incertidumbre, miedo, desesperación, para buscar respuestas a sus preguntas sobre el futuro.

Lo que siempre recuerda una mujer que participó en el proyecto: “Los sábados vengo aquí, porque aquí encuentro la fuerza para afrontar el resto de la semana, esa fuerza que me da el valor para seguir persiguiendo mi sueño, para darle forma”.

Sentimos que este es nuestro lugar, esta es nuestra esperanza y por eso continuamos el largo y difícil camino para construir una nueva sociedad más justa, más fraterna y solidaria.

Un día con los Misioneros