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Providencia: el amor de Dios Padre en acción

Desde los primeros pasos hemos escogido confiarnos al amor providente de Dios, como hijos que ponen en Él toda su confianza y experimentan cada día su presencia y su fidelidad.
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Ser una comunidad que vive de la Providencia es para nosotros, ante todo, un compromiso de vivir en esta entrega total, es la experiencia diaria de que Dios cuida de todos sus hijos y de su amor fiel que no nos abandona.

“Lo que sé para mañana es que la Providencia saldrá antes que el sol.”  

Jean-Baptiste Henri Lacordaire

Experimentar la Providencia es, pues, emprender un camino de confianza que ilumina todos los aspectos de la vida, es aprender conscientemente y encontrar en Dios el sentido de cada acontecimiento de nuestra existencia. Dios provee para todo en nuestra vida y podemos confiar en él en todo.

La experiencia del amor providente de Dios disuelve nuestro miedo al abandono y a la soledad. La providencia es Dios mismo: una persona viva con la que podemos relacionarnos y que nos envía al mundo para llevar su amor.

Así que no te preocupes por decir “¿Qué vamos a comer? ¿Qué beberemos? ¿Qué nos pondremos?” (…) Vuestro Padre celestial, en efecto, sabe que necesitan todo eso.

 Mt.6, 32

Como comunidad tratamos de responder a este amor comprometiéndonos en una vida evangélicamente pobre y generosamente entregada exclusivamente para su Reino. Él espera de nosotros la docilidad, la libertad de esquemas, la sobriedad en el uso de los bienes, la disponibilidad al sacrificio y el regalo de la vida.

Busquen primero su Reino y su justicia

Mt 6,33

Vivir de providencia es…

Reconocer el rostro de la Trinidad en cada circunstancia y seguir sus huellas. Es una mirada benévola bajo la que se desarrolla nuestra vida, una sonrisa que siempre ha acompañado nuestros pasos, una mano perpetuamente extendida en la adversidad. Una mirada, un rostro, una Palabra, a veces para descifrar, a veces para esperar.

Acoger a los hermanos, cada persona que encontramos es un regalo de la Providencia. Los hermanos y hermanas que Dios pone a nuestro lado nos recuerdan que la vida de cada uno de nosotros no se basta en sí misma:

Siempre necesitaremos la mirada del otro, que es una mirada diferente, que nos observa desde otro ángulo, con otra perspectiva y otra disposición de ánimo. El sentido de la vida no se resuelve individualmente. Su verdadero sentido se alcanza en el encuentro, el compartir y el dar.

J. Tolentino Mendonça

Acogemos todo. No todos los eventos y personas con las que entrelazamos nuestra vida están relacionadas a recuerdos o experiencias agradables. Pero en cada encuentro o experiencia, incluso en las más dolorosas, hay una escucha que vivir.  Es precisamente en la adversidad, en circunstancias humanamente difíciles de comprender y aceptar, que aprendemos a confiar en Dios, reconocer que, a pesar de todo, nuestra vida está en sus manos y que, en ellas, estamos seguros.

Abrirse a la gratitud. En la vida cotidiana experimentamos la bondad del Padre, el amor que siembra en nuestra vida y en medio de los pueblos a los que somos enviados. La gratitud cambia nuestra mirada sobre las cosas y las personas, incluso sobre nosotros mismos, haciéndonos experimentar la belleza de sentirnos hijos amados y protegidos no por nuestros méritos, sino por un amor que nos supera y nos colma.

Cuando rememoramos el amor que nos creó y nos salvó, cuando ponemos amor en nuestras historias diarias, cuando tejemos de misericordia las tramas de nuestros días, entonces pasamos página. Ya no estamos anudados a los recuerdos y a las tristezas, enlazados a una memoria enferma que nos aprisiona el corazón, sino que abriéndonos a los demás, nos abrimos a la visión misma del Narrador

Papa Francisco

Convertirse en providencia: con nuestro ser y nuestro modo de vivir, podemos ser un instrumento de providencia para los demás. Habiendo experimentado el amor providente del Padre, ardemos en el deseo de compartirlo con cada hombre, de transmitir su mensaje de esperanza a una humanidad huérfana y sedienta de confianza, de redención, de auténtico desarrollo.

La Iglesia debe decir y dar al mundo la gracia y el sentido de la Providencia de Dios, por amor al hombre, para librarlo del peso aplastante del enigma y encomendarlo a un misterio de amor grande, inconmensurable, decisivo como es Dios. La Iglesia anuncia la divina Providencia no por su propia invención, aunque inspirada por los pensamientos de la humanidad, sino porque Dios se ha manifestado de esta manera

Juan Pablo II