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Vocaciones

Para discernir la propia vocación, hay que reconocer que esa vocación es el llamado de un amigo: Jesús.

La felicidad que cada uno desea, puede tener muchos rostros, pero sólo puede alcanzarse si somos capaces de amar.

Este es el
camino

Matrimonio, vida consagrada y sacerdocio: cada vocación verdadera inicia con un
encuentro con Jesús
que nos dona una alegría y una esperanza nueva, y nos conduce a un encuentro con
Él, en plena alegría.

Pasos para el discernimiento vocacional

Vocación al matrimonio

¿Cómo descubrí mi vocación?

Videos sobre las Vocaciones

El Señor me dio la vida y yo se la devolví

Alessia Barbazza
La Providencia me hizo conocer a la Comunidad durante una semana misionera en la parroquia, que recogió mi deseo y, tras unos años de conocernos y formarnos en el grupo de jóvenes, me ayudó a descubrir mi vocación.

¿Cómo paso mi vida dándole sentido y plenitud?

P. Stefano Crosara
Recibí la invitación para el Je-shua, un fin de semana de espiritualidad, que me permitió no solo conocer a los misioneros, sino también responder esta pregunta.

Dios cuenta con los esposos

Sergio y Catarina
Descubrimos el amor esponsal de Dios por la humanidad y comprendimos que nuestro amor de esposos no era solo para nosotros, sino para todo el mundo.

Evangelizando en el cotidiano

Valentina Zago
Evangelizar como enfermera es mi pasión, a través de diferentes señales percibí que Dios me pedía que no dejara mi trabajo.

La alegría de dar todo

Camila Santo André
Con gran alegría y al mismo tiempo, sin saber nada de lo que me esperaba, me di cuenta de que no podía hacer otra cosa con mi vida que hacer un regalo total para los demás.

La vida es un regalo que debe ser atesorado

Eleonora y Claudio La llamada y el deseo de hacer crecer nuestra familia eran fuertes en nuestros corazones y, después de unos meses, el Señor nos bendijo con nuestro primer embarazo. Estábamos rebosantes de alegría, ya soñábamos con el rostro, el nombre, la semejanza de uno de nosotros, pero justo entonces aprendimos la primera lección: la vida no nos pertenece.

¡Él es fiel y me ama siempre!

Simonetta Pili
A los 19 años, estaba convencida de que sabía lo que me haría feliz: casarme, tener una familia numerosa, bastó una pregunta sobre mis planes para el futuro, para que todo se desmoronara y empecé a preguntarme si ese propósito era solo mío o si también estaba en sintonía con el sueño de Dios para mi vida.

¿Sabes lo que estás buscando?

¿Qué es una vocación?

La vocación, en sentido amplio, es una constante respuesta al Dios que constantemente llama.

Es considerada como un proceso abierto que se desarrolla durante toda la vida, ya que se construye de forma permanente. Implica descubrir quién soy, cómo soy y hacia dónde quiero ir, lo que implica vivir en actitud constante de discernimiento.

Todos tenemos una vocación en la vida. Toda persona debe llevar a cabo un designio concreto, un proyecto de amor que el Creador ha puesto en su corazón y que espera su cumplimiento.
Por ello es irreemplazable, y su vida, irrepetible. De este modo, el valor y la tarea de cada persona en el mundo es única.

Dios tiene siempre la iniciativa. Cuando Dios llama, Él pone en la naturaleza de la persona deseos, inclinaciones y aptitudes, que poco a poco le indican el camino a seguir. Frecuentemente, Dios se sirve de intermediarios para guiar la persona hasta descubrir ese designio.

El proyecto vocacional no está orientado únicamente al bien del individuo que lo cumple y a su propia felicidad, sino que está pensado para el bien de otros. Conlleva siempre la responsabilidad de hacerse cargo de la vida y de la salvación de los demás. En este sentido se puede decir que toda vocación es para la misión.

¿Hay una vocación mejor que otra?

A estas alturas la respuesta obvia es que no, pensé rápidamente cuando me hicieron la pregunta. Pero, ¿de verdad es tan obvio? Lamentablemente, no parece, aunque sea fundamental para la vida cristiana, tener la conciencia de que realmente no hay vocaciones de “élite” ni de segunda clase. Pero de la conciencia de clase hablamos otro día… por ahora es preciso empezar por el principio: el Bautismo.

Los documentos de la Iglesia definen (no con estas palabras) el sacramento del Bautismo como el “ticket” de entrada a la vida cristiana, algo así como una especie de membresía. Una peculiaridad de esta membresía es que es irrevocable, no se puede cancelar la suscripción. Esta consecuencia del Bautismo se conoce como carácter. En algunos documentos se habla de consagración bautismal[1], así que por Bautismo ya todos somos consagrados. Sí, leyeron bien, si estás bautizado eres consagrado[2]. La RAE define consagrar como: hacer sagrado a alguien o algo, dedicar, ofrecer a Dios por culto o voto una persona o cosa, dedicar con suma eficacia y ardor algo a determinado fin[3]. Este bautismo nos hace iguales en dignidad[4] para cumplir un determinado fin o vocación y aunque sea por diferentes caminos a “confesar delante de los hombres la fe que recibieron de Dios mediante la Iglesia”[5].

El resto de nuestra vida o del “descubrimiento” de nuestra vocación consiste en encontrar la mejor manera de desarrollar y vivir en plenitud esta consagración bautismal. Los laicos dando testimonio de esa fe santificándose en el mundo[6] y transformándolo, mientras que los consagrados dando testimonio “del mundo definitivo, que ya desde ahora actúa y transforma”[7].

Me parece precioso que todos estemos llamados a hacer presente el Reino de Dios en la Historia de diferentes formas. Urge la toma de conciencia de las repercusiones que tiene tomarse en serio la vocación laical y de su importancia en la transformación de la realidad en los tiempos que vivimos. Urge que los que somos parte de la Vida Consagrada y el clero le demos, tomemos también esta conciencia para dejarles el espacio de acción adecuado. Es fundamental que ayudemos a que por fin sea obvio que no hay vocaciones superiores a otras porque todas hunden sus raíces en el Bautismo.

[1] Cfr. Vita Consecrata n.14

[2] Cfr. LG n.10

[3] RAE, consultado el 29 de octubre de 2022 en https://dle.rae.es/consagrar

[4] Cfr. ChL n. 15

[5] Cfr. LG n. 11

[6] Cfr. LG n. 17

[7] Cfr. VC n. 26

¿Es posible que Dios me llame cuando ya he encontrado mi vocación profesional?

En realidad, muchos se sintieron llamados por Dios cuando ya estaban en plena vida profesional: San Agustín era un excelente abogado, San Francisco de Asís había elegido la carrera de los jóvenes caballeros de aquel entonces. Aún hoy existen muchas personas que descubren el llamado de Dios después de haber elegido y, a menudo, estando ya ejerciendo, una profesión.
Dios ha plasmado el corazón de cada uno para que pueda ser feliz, entregándose y perteneciendo a alguien. En el matrimonio, este alguien es una pareja, en la consagración él Alguien es Dios.
Así que la vocación está escrita dentro de cada persona. ¡Descubrirlo es toda una aventura! Si sientes una inquietud interior, el deseo de algo más que te llene, …. ¡Busca! No importa dónde estés y qué estés haciendo.

¿Quién me puede ayudar discernir bien mi vocación?

Dios nos habla de muchos modos, suscitando en nosotros emociones, sentimientos y pensamientos, cuando lo adoramos en la Sagrada Eucaristía, cuando escuchamos su Palabra, cuando escuchamos o reconocemos un testimonio cristiano, cuando contemplamos una imagen sagrada, leemos un libro, contemplamos alguna situación de necesidad… Discernir es tratar de descubrir hacia dónde nos orienta todo esto, cosa que no podemos hacer solos, porque corremos el riesgo de no ser objetivos.

En el discernimiento vocacional; cuando llega el momento de orientar la vida hacia una elección más definida, ya sea matrimonio, vida sacerdotal o consagrada, vida misionera o laical, pero también cuando hay que tomar decisiones importantes para nuestras vidas es importante tener a alguien que nos ayude a ver lo que el Espíritu sugiere, una persona que nos ilumine con su sabiduría y experiencia, un acompañante espiritual que sea “mediación” concreta de la paternidad del Señor y la maternidad de la Iglesia, que nos acompaña.

En la Biblia, como en la historia de la Iglesia, hay muchos ejemplos de personas que crecieron en la fe viviendo una profunda comunión espiritual con otros hermanos o hermanas, me gusta mucho el texto en el que Elí ayuda progresivamente al joven Samuel a entender que esa llamada “Samuel, Samuel” era la llamada del Señor, (1Sam 3,1-10).

Papa Francisco hablando del acompañamiento nos dice que “la vida espiritual no es diversa de la vida humana. Si un buen padre, humanamente hablando, es tal porque ayuda al hijo a convertirse en sí mismo, haciendo posible su libertad y empujándole a las grandes decisiones, de igual modo un buen padre espiritual lo es no cuando sustituye la conciencia de las personas que se confían a él, no cuando responde a las preguntas que estas personas se llevan en el corazón, no cuando domina la vida de los que le han sido confiados, sino cuando de manera discreta y al mismo tiempo firme es capaz de indicar el camino, de ofrecer claves de lecturas diversas, ayudar en el discernimiento”.

El acompañante espiritual puede ser un sacerdote, una consagrada o un laico, una persona humana y cristianamente madura. Lo importante es que si buscas alguien que te acompañe y te ayude a descubrir tu vocación: confíes en él o ella, tengas deseos de hacer un camino y seas sincero.

¿Quiénes son las parejas misioneras?

Son parejas que viven su vocación matrimonial sintiéndose llamados, junto a otros hermanos y hermanas de otros estados de vida, a un servicio misionero ad-gentes en la Iglesia por medio del carisma Trinitario que expresa la Comunidad Misionera de Villaregia. 

 

Es decir, en su camino de crecimiento, una pareja puede descubrirse llamada por Dios a vivir un carisma que les done un “color” y estilo particular a su relación y a su ser familia. Esto los mueve a “construir familia” con otros, siendo Comunidad, para ser anuncio del amor de Dios por toda la humanidad.

 

Los parejas misioneras entregan su vida a todo aquello que corresponde a su relación de pareja, a la vida familiar, al mundo del trabajo y a sus obligaciones, y dedican también fuerzas y tiempo en la Comunidad de Villaregia para la misión ad-gentes de la Iglesia, con particular atención a los más pobres.  Entregan tiempo, fuerzas, dones y capacidades para ofrecerlas allí donde la Comunidad es llamada a servir. 


Algunos casados viven experiencias de misión en otros países, por periodos limitados de tiempo, siempre en el respeto de sus compromisos y obligaciones familiares.  Pero, todos sienten el llamado a vivir en la certeza de que la misión es más una dimensión del “ser” que del “hacer”. Siendo esposos y siendo Comunidad, se sienten llamados a vivir la alegría del evangelio.   

¿Puedo ser hermano o hermana con mi profesión, sin vivir en comunidad?

Claro que sí, la belleza de esta vocación, es ser signo del amor de Dios, ahí donde se encuentra, en la familia, con los amigos, en el barrio, en el trabajo, por las calles, en el bus, en el tren, en el mercado, en cada lugar.

Dios está en todas partes, de forma real en la Eucaristía, en los sacramentos, en la biblia, en cada hombre y de manera especial en los pobres, experimentar que Dios está al nuestro lado, que no nos abandona, que vive con nosotros, en las alegrías y que nos sostienen en las dificultades, es un Dios cercano que esta en cada persona que está a nuestro lado y que también está en nosotros, para ser cercano a los demás.

Cuando entendemos que Dios nos llama a ser signo de su Amor, hay miedo, porque somos consciente de nuestros limites, a la vez existe una paz que nos dice: “Aprenderás de tus límites y de tus incapacidades; Él que AMA SOY YO, tienes toda la vida para aprender amar como YO, tus limites te ayudaran a entender y acoger a los que son frágiles como tú”.

Zoraida, misionera en el tercer núcleo de nuestra comunidad nos comparte su testimonio, que si es posible ser consagrada a Dios con su trabajo y viviendo con su familia.

“Hace 24 años que me lance en esta aventura, confiada en el AMOR PROVIDENTE DEL SEÑOR, no me fallado ni un solo día, está siempre a mi lado, en el niño que te sonríe, en el abuelito que responde al saludo, cuando alguien grita hermana para saludarme… Pero también esta en aquellos que duermen debajo del puente aniquilados por la droga, en aquellos que viven en los parques embriagándose, talvez para olvidar su soledad, su dolor, en Jaime, que su mente no ve la realidad y prefiere comer de la basura que un pan limpio, ahí estas Jesús recordándome que sigues sufriendo en cada hermano que sufre y la pregunta constante en la mente, en el corazón, en la oración ¿cómo puedo aliviar tu dolor?…

En el trabajo, es un reto cada día de ser signo de su amor, buscando de trabajar en conjunto, poniendo los propios dones al servicio y resaltando y acogiendo los dones de los compañeros, alegrándonos de los logros y sumiendo juntos las equivocaciones.

Cuando se llega a casa, con el cansancio de la jornada, pero en casa esta la familia que espera, un cariño, una caricia, es Jesús que da la fuerza para seguir amando… y en la quietud de la noche te quedas sola con tu Señor, con tu Esposo, tu Amigo, tu Padre, le cuentas tu jornada y haces oración de lo vivido, de lo que has visto, de lo que has tocado, ríes por las alegrías, pero también se lloras por los sufrimientos, dolores que te compartieron, o se llora también porque no fui capaz de Amar, por mi fragilidad me gano, pero Dios en su infinita misericordia me hace experimentar una paz interior, que me da la fuerza de recomenzar…

Recomenzar con la confianza que no estoy sola en este camino, que somos una comunidad de hermanos, una familia, que nos regalamos el amor fraterno, la amistad, que se apoya en el amor de Dios.”

¿La oración es siempre fácil para los consagrados?

La oración no es un arte fácil, pero la perseverancia en ella implica compromiso constante y fuerza de voluntad. Porque muchas veces también nosotros nos distraemos con tantas cosas, noticias familiares, la pastoral, la parroquia, hasta el pensar que cocinaremos hoy nos distrae.

Orar es encontrarse con Dios Padre, cuando oramos correctamente entramos en una relación profunda con Dios, nos ponemos en condiciones de poder acogerlo y dialogar con él, como si estuviéramos encontrando a un amigo o una amiga. Dejamos nuestra realidad para sumergirnos en la realidad de Dios, en su tiempo, en un espacio que es un lugar donde podemos encontrarnos en diálogo juntos.

Si recordamos el pasaje bíblico donde Jesús se retiró a lugares solitarios para orar, los discípulos querían entender lo que estaba haciendo, aprender de Él sin molestarlo, sin perturbar su soledad. Aprender una oración es fácil. Se trata de memorizar una fórmula, una forma de recitarla, las reglas que hay que adoptar al pronunciarla. Pero esto es sólo exterioridad, y muy a menudo la exterioridad, si es un fin en sí mismo, es inútil.

La oración tiene su poesía, una belleza propia, y sólo comprendiéndola podemos comenzar a orar de la manera correcta, dirigiéndonos a Dios para ser escuchados y encontrar en este momento una experiencia que nos enriquezca y nos permita enfrentar cada día de la manera correcta.

La oración nace de la vida, se amalgama con ella, se inspira y forma parte de ella. De lo contrario, es sólo un ejercicio de memoria, una práctica de devoción vacía y estéril, tal vez precisa y puntual en su ejecución, pero vacía de significado, sin corazón y sin amor.

Ciertamente, no es así como Jesús oró. Su oración no se contentaba con palabras, con fórmulas bien habladas. Jesús oró con cuerpo, mente, corazón, espíritu entero. Su oración fue una experiencia trascendente, que rompió todo el molde, subvirtió los sentidos, involucró a Su persona por completo. Esto es lo que Él nos pide que hagamos cuando oramos, este es el secreto de Su oración.

Imitando a Jesús, simplemente siguiendo sus instrucciones, podemos aprender a orar correctamente. Todo está ya escrito, todo contenido en sus palabras simples y claras. De hecho, Jesús dijo: “Cuando ores, no seáis como los hipócritas que aman orar erguidos en las sinagogas y en las esquinas de las plazas, para ser vistos por los hombres. De cierto os digo: Ya han recibido su recompensa. Tú, por otro lado, cuando oras, entras en tu habitación y, cerrando la puerta, ora a tu Padre en secreto y tu Padre que ve en secreto te recompensará. Al orar entonces, no desperdicies palabras como los paganos, que creen que están siendo escuchados a fuerza de palabras. Así que no seas como ellos, porque tu Padre sabe qué cosas necesitas, incluso antes de creerlas.

¿Todo joven tiene una llamada de Dios?

En el plan de Dios todos estamos incluidos. Desde el inicio de la vida, los niños, hasta los ancianos, cada uno tiene un espacio y una razón de existir.

Es en la juventud cuando estamos invitados a plantearnos las preguntas en base a las cuales tomaremos decisiones y estas le darán una dirección a nuestra vida. La inquietud genuina que siente todo joven de encontrar su lugar en la vida, es un llamado que Dios pone en el corazón para darle un sentido y una misión concreta, que lo realice y lo ponga al servicio del prójimo.

En la exhortación apostólica Christus Vivit, (2019) el Papa Francisco nos recuerda que el primer llamado que tiene todo joven es a la amistad con Cristo “Esto es valioso, porque sitúa toda nuestra vida de cara al Dios que nos ama, y nos permite entender que nada es fruto de un caos sin sentido, sino que todo puede integrarse en un camino de respuesta al Señor, que tiene un precioso plan para nosotros” (ChV 248); en relación a la vocación, nos recuerda que  es […]reconocer para qué estoy hecho, para qué paso por esta tierra, cuál es el proyecto del Señor para mi vida. Él no me indicará todos los lugares, los tiempos y los detalles, que yo elegiré prudentemente, pero sí hay una orientación de mi vida que Él debe indicarme porque es mi Creador, mi alfarero, y necesito escuchar su voz para dejarme moldear y llevar por Él. Entonces sí seré lo que debo ser, y seré también fiel a mi propia realidad. (ChV 256).

Un aspecto que me gustaría resaltar de estas palabras, es que la llamada de Dios, siempre va a pedir fidelidad aquello que somos, para lo cual necesitamos reconocer nuestra historia, conocernos a nosotros mismos, y esto es lo que nos lleva respuestas más auténticas.  Es así que el joven, o la joven debe ponerse en relación con Él, en escucha y en camino.

 La llamada de Dios también se descubre en la práctica y el compromiso con acciones concretas – la relación con la familia, los estudios, el trabajo, el servicio – iluminadas por la luz de Cristo.

Dios siempre va a querer el bien, y la plenitud de todos sus hijos, y en esta confianza tenemos que caminar y responder.

¿Qué hacen los sacerdotes, hermanas y hermanos todo el día?

Los misioneros y las misioneras son personas que han entregado su vida a Dios en el servicio a los demás. Su jornada está organizada para cumplir con este propósito.

Ante todo, la jornada del misionero o de la misionera empieza con la oración. Ponemos Dios al primer lugar. Por eso, empezamos nuestro día con la meditación de la Palabra de Dios y la oración de las laudes. Luego de este primer momento tenemos un tiempo de trabajo manual juntos. Para nosotros el trabajo es muy importante y sobre todo el trabajo manual porque nos forma a ser solidarios y a entender a los que tienen que trabajar cotidianamente para conseguir el pan de cada día.

Después, cada misionero o misionera, según su programa personal, se organiza para llevar adelante los servicios que le toca. Hay a quien le toca cocinar, a otro le toca trabajar en la pastoral de la parroquia o de la comunidad, hay también quien trabaja en las obras de promoción humana. Si el misionero es sacerdote, cuida de estar disponible para eventuales solicitaciones para confesiones, unción de los enfermos u otros sacramentos.

En nuestra jornada hay puesto especial para la celebración eucarística. Es el momento más importante de nuestro día, porque es el momento para purificarnos de lo negativo de nuestra jornada y llevar al altar del Señor todo lo vivido.

Otro momento del día del misionero o de la misionera es el almuerzo y la cena. Representan un momento fuerte de familia en el cual compartimos experiencias vividas.

Como nuestro día empieza con la oración, así se concluye con la oración.

La jornada tiene siempre alguna cosa por hacer, una persona que solicita un diálogo, etc. y puesto que nuestra vida está entregada, todo misionero o misionera a toda eventualidad que la Providencia le pone adelante.