Tenía 14 años y aún no había sido bautizada. Fue entonces cuando leí por primera vez lo que Santa Teresa de Lisieux había escrito en una página de su diario. Este mensaje acompaña mi oración desde entonces:
“Me gustaría viajar por la tierra, predicar su nombre;
una sola misión no sería suficiente para mí.
Me gustaría, al mismo tiempo, proclamar el Evangelio
a las cinco partes del mundo y a las islas más remotas.
Me gustaría ser misionero, no solo por unos años,
pero me gustaría haber sido uno desde la creación del mundo
hasta el final de los tiempos.”
Años más tarde, cuando empecé a frecuentar la Comunidad Misionera de Villaregia, en Costa de Marfil, conocí a personas que vivían esta vocación y vi que era posible entregarse totalmente a Dios en la vida cotidiana. Sentí que el deseo crecía en mi corazón y dije: «Señor, me gustaría amarte así con un amor total».
Actualmente, me encuentro como estudiante en mi formación misionera y para llegar a tiempo a la primera clase tengo que levantarme a las 5 de la mañana y recorrer un largo camino: una parte en la carretera y luego continuar el trayecto en transporte público. En total, tardo aproximadamente 2 horas en llegar a la universidad, porque además del trayecto inicial a pie, hay tres medios de transporte público con destinos lejanos. Atravieso tres ciudades diferentes y prosigo con el tramo final, también a pie. Muchas son las adversidades: multitudes, calor, lluvia, atascos, entre otras. Pero, aun así, afronto estos retos diarios con alegría, porque ofrezco a Jesús las inevitables dificultades y el intenso cansancio que provocan estos desplazamientos.
Los cursos de la universidad son interesantes y me ayudan a crecer como persona. Me ayudan a profundizar en mi fe y, sobre todo, a prepararme para la misión que me espera. No sé a qué continente me enviarán en el futuro, pero ya en mi corazón intento amar a la gente a la que tendré que servir. Busco este compromiso viviendo esta fase de mi formación con responsabilidad y compromiso.
Doy gracias a Dios por esta experiencia de estudio que estoy realizando, porque me da la oportunidad de profundizar en la Palabra de Dios, conocer los fundamentos de la Iglesia, estudiar la teología de la vida consagrada y muchos otros temas.
Me siento apoyada por mi Comunidad y mis Hermanas que me acogen con alegría cuando vuelvo por la noche, ya muy cansada. A través de oraciones y muchos gestos de amor, me siento cerca de ellas. Así, por la mañana, puedo empezar mi día llena de fuerza, segura y acompañada por la presencia de Dios.
Algo que también me anima es recordar que, en una de sus cartas, San Pablo dijo a los cristianos de Corinto: «Y todo esto lo hago por el Evangelio». Yo, acompañada por estas palabras en mi corazón y por las pronunciadas por Santa Teresa, comienzo mi jornada como estudiante misionera en las calles de Abiyán.