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Angela: “Hablando con Dios”

La oración de la mañana es un momento de especial intimidad con el Señor, con Aquel que me ha llamado y que sostiene mi camino cada día.

Al comenzar el día dedico una hora a rezar alabanzas y a meditar la Palabra junto a otros misioneros para obtener consuelo e interceder por la vida de mis hermanos y hermanas, especialmente los más pobres del mundo.

Siento una especial gratitud por este momento privilegiado que se me ha concedido para estar con Dios. Cada mañana, antes de comenzar la oración, me detengo un momento con el deseo de contemplar la presencia del Señor que me espera en el sagrario y así reconocer su fidelidad. La oración litúrgica me ayuda a sentirme en comunión, no solo con la Iglesia universal; sino también con los muchos hombres y mujeres que, a lo largo de los siglos y en medio de los acontecimientos de su historia, han cantado alabanzas a Dios. La meditación de la Palabra, en cambio, es un instrumento de escucha de la voluntad de Dios que ilumina mi camino en el presente de la vida.

Aprendí a rezar cuando era niña, con mis padres y con la vida parroquial. Luego, cuando era joven descubrí la belleza de estar con el Señor como en un encuentro personal, es decir, con una persona viva. A partir de ese momento, poco a poco, traté de hacer un espacio para la intimidad con Él, incluso durante mis años de estudio o durante esos hermosos y preocupantes momentos en los que descubrí mi llamada. En esos momentos, Dios llamó mi atención haciéndome contemplar, en su libertad, la belleza de su amor.

Aún hoy me ayuda recordar esas experiencias, incluso cuando no siempre es fácil mirar hacia Él y aceptar su voluntad. A veces, parafraseando las famosas palabras de Pedro: «Señor, tú lo sabes todo y sabes que te amo» (Juan 21,17), mi oración nace: «No lo sé todo, pero sé que me amas», y en ello encuentro el aliento para seguir adelante con confianza cada día.

Suelo vivir este momento de forma personal, pero también hay días en los que rezamos juntos como núcleo de misioneros o como grupo con afinidades en el camino. Sin oración no tendríamos Comunidad: «Ser Comunidad -como subrayan nuestros Estatutos- se nutre de una relación continua con Dios, en una oración personal y comunitaria que impregna toda nuestra existencia». De aquí nace el servicio fraterno y la misión que Dios me confía cada día.

Un día con los Misioneros