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Para la misión

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La Comunidad Misionera de Villaregia es una obra de la Iglesia que, como comunidad, se pone al servicio pleno y exclusivo de la misión ad gentes. Esta elección se resume en una expresión que marcó los inicios de la fundación: “ser comunidad para la misión, hacer misión siendo comunidad”. 

Toda fuerza, toda actividad, todo bien material y espiritual, toda estructura, todo tiene como destino último la misión universal en adhesión al mandato de Jesús: “Id, pues, y haced discípulos a todas las naciones bautizándolas en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo.” (Mt 28,19) o “Id por todo el mundo y predicad el Evangelio a toda criatura” (Mc 16,15). 

Juntos 

La vida comunitaria, entretejida con las relaciones fraternas, la acogida y el perdón recíprocos, quiere ser el testimonio ordinario y el primer anuncio del Dios Trinidad. En este mundo nuestro desgarrado por un individualismo excluyente, la Comunidad se convierte así en un signo frágil pero concreto de lo que la humanidad entera está llamada a vivir: una familia donde cada persona pueda sentirse “en casa”. 

Para anunciar el Evangelio 

Obedientes al mandato de Cristo y sostenidos por su presencia, nos dejamos enviar fuera de nuestro entorno, de nuestra cultura e Iglesia de origen, eligiendo como lugares privilegiados para nuestro servicio, los pueblos y contextos en los que aún no se conoce el Evangelio o en el que faltan comunidades cristianas lo suficientemente maduras para ser, a su vez, misioneras. 

Hasta los confines de la Tierra 

Fieles al ejemplo de Jesús, nos dirigimos con particular atención a esa porción de la humanidad que puebla las periferias geográficas y existenciales del planeta: los pobres, los débiles, los desplazados, las víctimas de la injusticia y la opresión. 

La Comunidad, con todos sus miembros, se compromete a proclamar el Reino donde aún no se conoce, a denunciar lo que se le opone, a señalarlo ya presente en los signos, a colaborar en su venida a través de: 

  • El levantamiento de parroquias en los países de primera proclamación o de las Iglesias jóvenes. 
  • La animación comunitaria y misionera en convenio con los centros misioneros diocesanos. 
  • La promoción humana a través de programas y proyectos de desarrollo integral. 
  • La formación humana y espiritual de jóvenes, adultos y familias. 
  • La promoción del voluntariado local e internacional. 

Con el pueblo de Dios 

Cuando llegamos a un país donde el Evangelio es todavía poco conocido, lo que encontramos tanto en estructuras como en actividades es fruto del trabajo de laicos que perseveran al servicio de la Iglesia a la espera de un sacerdote. Estos hermanos son nuestros primeros colaboradores. 

Desde el principio, nuestra prioridad es involucrar a los fieles laicos en todos los ámbitos de la pastoral para construir junto a ellos la comunidad eclesial. 

En la misión de Yopougon, en Costa de Marfil, María Teresa, una cristiana que colabora desde hace algún tiempo con los misioneros, testimonia su camino de compromiso y participación: “Al principio la colaboración era difícil: cada uno tenía su idea propia. Nadie quería realmente comprometerse a formar una única realidad de la Iglesia. Hoy he notado que la fraternidad entre nosotros es más verdadera a todos los niveles: ¡todos hemos crecido espiritualmente! Ya no somos cristianos que vienen a la iglesia solo para recibir los sacramentos, sino cristianos que participan activamente en la construcción de la comunidad cristiana”. 

El amor genera más amor. 

A nuestra llegada a las afueras de Maputo, la capital de Mozambique, nos impactó la gran pobreza en la que vive la gente y, en particular, las precarias condiciones en las que se encuentran las escuelas. Las aulas no son suficientes para albergar ni siquiera a la mitad de los niños que, por lo tanto, deben reunirse a la sombra de un árbol y escuchar las lecciones sentados en el suelo, sin ningún material didáctico. 

Para intentar responder a esta emergencia, aunque con pocos medios, pudimos construir y equipar una nueva aula para una cincuentena de jóvenes alumnos en una escuela primaria cercana a la Parroquia. Una gota en el océano a la espera de hacerlo mejor. Sin embargo, esta pequeña gota regó la esperanza de estos niños y sus padres. Sin saberlo, decidieron hacer una colecta para comprar ladrillos y, juntos, construyeron las paredes de otras dos aulas, un refugio seguro para el estudio de un centenar de niños. No obstante, carecían de dinero para construir el techo de chapa y pidieron confiadamente nuestra colaboración. Ahora que también se construyó el techo, se están organizando para construir más aulas, y así, ladrillo a ladrillo, se fortalece la esperanza y el futuro de estos niños.