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La vida es un regalo que debe ser atesorado

Eleonora y Claudio comparten su experiencia de fe en familia
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“Cómo no celebrarte Vida, oh Vida….”, este es el estribillo de una canción de Jovanotti que representa plenamente la gratitud que llevamos en el corazón. Somos Claudio y Eleonora, casados desde hace cinco años y con dos hijos: Elisa y Cristian. Nuestra historia de amor nace de una hermosa amistad cultivada a través de nuestro camino en el grupo de jóvenes (GIMVI) de la Comunidad Misionera de Villaregia.
Ya de niños mirábamos al futuro pensando en ser padres, quizás de una familia numerosa. Luego nos conocimos y nos enamoramos, entonces ese sueño individual se hizo realidad como pareja. Tras un año y medio de noviazgo, nos dimos el “sí” ante Dios en el sacramento del matrimonio.

Vida familiar

La llamada y el deseo de hacer crecer nuestra familia eran tan fuertes en nuestros corazones que después de unos meses, el Señor nos bendijo con nuestro primer embarazo. Estábamos rebosantes de alegría, sentíamos como si estuviéramos tocando el cielo con un dedo. Ya soñábamos con el rostro de nuestro bebé, el nombre, sus semejanzas con nosotros, pero fue entonces que aprendimos la primera lección: la vida no nos pertenece.

En el tercer mes de embarazo el corazoncito de nuestro bebé dejó de latir y, por un momento, también nuestro corazón de jóvenes recién casados lo hizo. Vivimos este momento con fe, seguros de que el Señor quería hablarnos en este dolor; de modo que, comenzamos a entender aún más el significado de ser una familia, apoyándonos, consolándonos y entregando cada dificultad a Dios.

El deseo de una nueva vida habitó nuestros corazones y así fue como en agosto de 2017 descubrimos que  estábamos esperando un bebé por segunda vez. Además de la alegría, también había mucho miedo de volver a perder el fruto de nuestro amor. Los primeros meses transcurrieron tranquilamente, pero durante una visita los médicos nos informaron que el bebé podría tener un síndrome incompatible con la vida, invitándonos a realizar más investigaciones.

Nuestra elección fue decir sí a la vida, a pesar de todo y acoger lo que el Señor quisiera darnos. En los meses siguientes se disipó toda sospecha y descubrimos con alegría que Elisa estaba en camino. Hacia el séptimo mes, Elisa dejó de crecer, lo que obligó la hospitalización de Eleonora. Nos sentíamos probados, nos preguntábamos por qué, pero no teníamos que buscar la respuesta. Estábamos llamados a vivir cada día confiando nuestra familia en las manos de Dios.
El 13 de abril de 2018 Elisa nació ante el asombro de todos, pues había llegado su hora. Con Elisa, nuestra vida se hizo aún más completa, ampliando nuestro amor y gratitud.

El deseo de ampliar la familia

Había muchos miedos, pero el deseo de una nueva vida era más fuerte y confiábamos en que el Señor nos sostendría también esta vez. Estábamos convencidos de que todo saldría bien, después de todo ya habíamos dado una “demostración” de nuestra fe. Y así fue como nos enteramos de que estábamos esperando a Cristian. Inicialmente, el embarazo evolucionó bien, pero a partir del cuarto mes llegaron los primeros problemas, hasta la hospitalización prolongada de Eleonora con las restricciones de no poder tener ningún tipo de visita, debido a la urgencia del Covid.

Elisa y Cristian

El hospital nos permitió conocer a muchas personas y así, siendo una familia cristiana, pudimos encontrar satisfacción en el apoyo a los demás, dejando de lado nuestro propio dolor para ayudar a otros.
El 20 de abril de 2021 nació Cristian. Tuvimos una maravillosa experiencia de fe incluso durante el parto; gracias a una comadrona, amiga nuestra, que nos ayudó a rezar cantando al Espíritu. En el momento en que nació Cristian, el médico dijo:  «Este niño está bendecido por Dios». Cristian tuvo que ser trasladado a cuidados intensivos por problemas respiratorios, nuestra agonía no había terminado, pero sentíamos fuertemente la presencia de Dios. Hoy sentimos que celebramos la Vida dando gracias a Dios, porque nos ha dado la posibilidad de ser padres, también agradecemos profundamente las pruebas que hemos vivido, pues nos han permitido comprender que la vida no nos pertenece y que es un regalo que debe ser atesorado. Por último, sentimos que debemos agradecer el camino que la Comunidad nos permite vivir como matrimonio junto a otras parejas, ya que, hoy, tenemos una mayor conciencia de lo que significa amarse en familia.