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Sean artífices de Resurrección

Vayan por las calles del mundo y sean artífices de Resurrección, sean mis testigos: es el envío pascual de Jesús.
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El Resucitado les dijo:“Vayan por todo el mundo y proclamen el Evangelio a toda criatura (…). Luego salieron y predicaron por todas partes”. (Mc 16, 15.20)

Gratitud, asombro y alegría llenan el corazón y la mente de los apóstoles al recibir este mandato con el que Jesús resucitado les confirma su plena confianza y amistad, a ellos que lo dejaron solo, lo traicionaron y lo abandonaron en la hora de la prueba.

Vayan por las calles del mundo y sean artífices de Resurrección, sean mis testigos: es el envío pascual de Jesús. Vayan y bauticen, sean canales del encuentro de la humanidad con el rostro del Resucitado, testigos de que en cada situación que estamos llamados a vivir, en cada acontecimiento de la historia, incluso en los más tristes y dolorosos, la última palabra siempre es Resurrección.

Éste es el anuncio pascual que ha resonado en el corazón de los apóstoles y discípulos de todos los tiempos. Jesús entrega este mandato a cada bautizado, lo deposita y lo hace resonar en el corazón de cada uno de nosotros: “Ve, proclama, sé artífice de la Resurrección”.

Ser artífices de la Resurrección, testigos de la esperanza, sonrisa de Dios para los hombres y mujeres que encontramos en nuestro camino, portadores y testigos de su alegría es el don con el que el Resucitado nos alcanza, llamando a la puerta de nuestro corazón y de nuestra libertad. Siendo artífices de la Resurrección, hombres y mujeres de Pascua seremos capaces, con la fuerza y bajo la guía del Espíritu Santo, de:

Mirar a los demás con la mirada del Padre. Una mirada que reconoce y se alegra de los dones que posee el hermano/hermana, que promueve y hace florecer la belleza de quienes nos rodean y de quienes encontramos.Una mirada que sepa comprender, perdonar, envolver de misericordia y compasión.Una mirada que sabe ver las semillas del bien en la historia, también en la historia de hoy marcada por tanta injusticia y dolor.

Escuchar la voz de Aquel que nos envía, que nos habla en la Palabra del día, en los simples hechos de la vida cotidiana, en los acontecimientos de la historia, en una sonrisa que se nos regala, en un encuentro no planificado, en un atardecer, en una flor, en un paisaje, en un imprevisto…Escuchar a cada tú, ser un lugar acogedor en el que el otro pueda depositar su corazón, sus sentimientos, las alegrías, angustias, miedos, incertidumbres que lo atraviesan sin sentirse juzgado, experimentando el abrazo que dice “no estás solo”.

Saborear el tiempo como don precioso que nos entrega el Señor de la Vida, don para contemplar y entregar, no para poseer, llenar o utilizar para afirmarse a uno mismo y a sus propios proyectos.

Tocar a los marginados, a los abandonados, a los heridos para vendarlos y acariciarlos, para dar voz al grito silencioso de dolor de millones de hombres y mujeres.

Difundir el perfume de la Vida que no muere, de la Vida don de Dios Trinidad, de la Vida que el Resucitado nos regala.Vida que va acogida y danzada al ritmo de la gratitud, que nace del ser hijos amados, y de la gratuidad, alma de la fraternidad.Filiación y fraternidad, dones que brotaron del costado traspasado de Jesús; dones que cada Eucaristía renueva y revitaliza; dones que el Resucitado pone en nuestras manos y nos envía a anunciar y sembrar en los lugares y circunstancias en las que estamos llamados a vivir en el tiempo de nuestra existencia.

El deseo que intercambiamos hoy: “¡Felices Pascuas!” sea para cada uno de nosotros un SÍ renovado a ser juntos artífices de la Resurrección, testigos de la Vida que vence a la muerte. 

¡Felices Pascuas!