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Los primeros pasos en Cerdeña 

Un grupo de misioneros y misioneras es acogido en la Diócesis de Cagliari, donde ya en los meses anteriores las misioneras comenzaron a vivir en un apartamento puesto a disposición por una familia de amigos en Quartu Sant’Elena. Los misioneros, en cambio, en una casa de campo en San Sperate, a unos veinticinco kilómetros de distancia.
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Los primeros pasos en Cerdeña 

Un grupo de misioneros y misioneras es acogido en la Diócesis de Cagliari, donde ya en los meses anteriores las misioneras comenzaron a vivir en un apartamento puesto a disposición por una familia de amigos en Quartu Sant’Elena. Los misioneros, en cambio, en una casa de campo en San Sperate, a unos veinticinco kilómetros de distancia. 

1981 – Empezamos a formar una casa en Cerdeña  

Las casas, en Quartu S. Elena y San Sperate, son pobres, medio vacías, sin electricidad. Se empieza a “formar una familia” sin nada, si no un poco de buen humor, un gran deseo de vivir juntos y el esfuerzo constante de tener la presencia de Dios en la casa.

La pobreza de medios y los dificultades de diversa índole encuentran sentido en la elección de radicalidad evangélica y abandono en la Providencia que, a partir de este momento, será el signo fuerte e inequívoco de la bendición de Dios en cada paso siguiente. 

Alegría y sencillez 

Marilena se descubre a sí misma como “escultora”, haciendo de un trozo de madera el cucharón que necesita para mezclar la sopa. Cada uno pone sus talentos a buen uso. 

No hay nada atractivo desde el punto de vista material, pero todo es bello y armonioso porque en esta forma sencilla de estar juntos uno se siente a gusto, se experimenta la presencia viva de Dios: 

“¡Fue como si finalmente hubiéramos llegado a casa! En esta forma de estar juntas, poniendo a Dios en el centro de nuestras relaciones, cada una sintió que había encontrado la vida que buscaba. En la vida comunitaria, vivida en la alegría y la sencillez, estaba la respuesta que calmaba todas las búsquedas e inquietudes que llevábamos dentro!”, subraya María Carla. 

La primera noche 

“La primera noche”, recuerda Biagina, “queríamos brindar por el comienzo de esta nueva vida: teníamos una botella de vino espumoso, unas copas, una silla, una guitarra, corazones en fiesta y algunas lágrimas. Apenas se difundió la noticia de nuestra presencia, de inmediato comenzó una procesión de dones de las familias más cercanas: desde las sillas a los platos, desde la cafetera al cilindro de gas, desde las camas al florero. 

No sabíamos dónde colgar nuestra poca ropa”, prosigue otra misionera, “así que trabajamos duro para improvisar un vestuario muy original: dos caballetes y una viga de madera transversal… era todo lo que había disponible y para nosotros estaba más que bien”. 

La ayuda de los aldeanos. 

Al mismo tiempo, los misioneros inician su vida comunitaria en San Sperate. Ellos también lidian con una casa que administrar. 

“Aprendimos a cocinar, a hacer malabares con el lavado de la ropa y la plancha… No fue tan fácil para los hombres, ¡pero la Providencia no nos ha dejado solos!”, recuerda con una sonrisa el padre Amedeo. Con alegría también los misioneros afrontan cada novedad y esfuerzo. 

Muchas familias del país no han permanecido indiferentes ante la presencia de estos jóvenes que han dejado toda seguridad humana para seguir la propuesta del Evangelio. A menudo el almuerzo llegaba listo o algunas madres se ofrecían a ordenar la ropa de los nuevos misioneros. Era también una manera de abrir la casa a los vecinos y empezar a conocerse, de construir juntos esta familia misionera para amar juntos a los hermanos más pobres. 

“A veces asombra el modo y el momento en que llega la ayuda de la gente, parece anécdota, pero para nosotros es historia, es más, es el signo de la fidelidad de Dios Padre que, aún después de treinta años, continúa ‘comportarse’ así”, prosigue el padre Amedeo, rememorando aquellos primeros momentos.