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Sinodalidad: formamos un solo cuerpo en Cristo

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Estos versículos, que hacen parte del capítulo 12 de la carta de San Pablo a los Romanos, encierran aquellas dos directrices, los 2 pilares, mejor los 2 focos que dan luz al camino de la Iglesia Sinodal, a su ser Cuerpo, a su ser pueblo de Dios en camino. Para ser hombres y mujeres que viven relaciones sinodales, o sea relaciones de encuentro, de diálogo, de comunión, hombres y mujeres que, en su fragilidad, pobreza, vulnerabilidad, en una palabra, en su creaturalidad, se comprometen a construir relaciones que reflejen la vida de Dios Trinidad, de Dios relación, de Dios familia.

La sinodalidad, no se cansa de repetir el Papa Francisco, no es una nueva metodología organizativa, ni una estrategia proselitista, es el estilo de vida propio de cada miembro del cuerpo de Cristo y del cuerpo en su conjunto.

Estos versículos que acabamos de leer son de una riqueza inagotable, sólo, con sencillez, nos detenemos un momento en el versículo 5 en particular en la afirmación “Formamos un solo cuerpo en Cristo”y en el versículo10 Adelantase al otro en el respeto mutuo” que se puede traducir “compitan en estimarse unos a otros”. La biblia de Jerusalén en italiano presenta una traducción muy provocadora “Gareggiate nello stimarvi a vicenda”.

Regresamos al versículo 5 Formamos un solo cuerpo en Cristo”: somos un cuerpo viviente, que camina y actúa en la historia, un cuerpo en el que cada miembro está llamado a habitar el tiempo y el espacio de la existencia haciendo memoria del encuentro vivido con Jesús y siendo memoria, es decir, siendo presencia, “siendo rostro” de Aquel que “habiendo amado a los suyos que estaban en el mundo, los amó hasta el fin” (Jn 13, 1).

Font: https://cathopic.com/

Formamos un solo cuerpo en Cristo

Pablo, retoma la imagen del cuerpo en distintas cartas. En la carta a los Efesios, capítulo 5 concluyendo la reflexión sobre la relación matrimonial, subraya así nosotros somos miembros del cuerpo de Cristo, en la primera carta a los Corintios, capítulo 12, versículo 12: “las partes de cuerpo son muchas… todas forman un solo cuerpo. Así también es Cristo”.

Formamos un solo cuerpo en Cristo, aquíen Cristo” es lo que permite la experiencia del cuerpo, delser pueblo en camino. Somos un cuerpo que tiene una cabeza, Jesús, guía, alimenta y sostiene su cuerpo en camino. Sabemos que, si se separa la cabeza del resto del cuerpo, toda la persona no puede sobrevivir.

Estar en Cristo así lo expresa el papa Francisco en la homilía del 19 de junio 2019:

“Debemos permanecer unidos de modo cada vez más intenso a Jesús. Pero no solo esto: como en un cuerpo es importante que pase la savia vital para que viva, así debemos permitir que Jesús actúe en nosotros, que su Palabra nos guíe, que su presencia eucarística nos nutra, nos anime, que su amor dé fuerza a nuestro amar al prójimo”.

Ser cuerpo, ser pueblo, significa estar con los demás, vivir con los demás, aceptando la necesidad de la propia conversión continua… Es necesario estar con Jesús para poder estar con los demás. La manera con la que estamos, nos relacionamos con los demás nos ayuda a entender como es nuestra relación con Dios y lo contrario.

Desde esta relación con Jesús brota la fraternidad, la fraternidad que tiene su origen en la Eucaristía que nos hace un solo cuerpo y nos permite experimentar que somos hijos de un solo Padre.

Font: https://cathopic.com/

Vamos al versículo 10: “compitan en estimarse unos a otros”.

La invitación de Pablo a que “compitan” no es según la lógica del mundo, donde se compite para ganar, para ser el primero, para sobresalir, para …, es según la lógica de Dios un camino para llegar a Dios a través de los hermanos.

En la lógica de Dios no es importante que uno gane, sino que se llegue a la meta, que seamos vencedores juntos.

Es la experiencia de la cordada, que los amantes de la montaña conocen bien. Sabemos que aceptar de ser miembro de una cordada implica que nos hemos regalado recíprocamente la confianza, que a la cima llegamos todos o nadie. Es algo especial, por lo menos yo así lo viví, saber que el otro ha puesto en mí su confianza consciente que un error mío puede poner en peligro su vida y que yo he donado a los otros la misma confianza.

Es una estima que sin duda reconoce el don, el talento del otro, el hecho que es una persona confiable a la cual se puede pedir un consejo porque es sabia y es una estima que se manifiesta en saber alegrarse y agradecer por el don del otro, una estima que lleva a actuar para hacer florecer del don del otro.

Una estima, aquella hacia la cual nos estimula san Pablo que incluye todo eso y al mismo tiempo va más allá, es reconocer recíprocamente que en nuestro caminar hacia el Padre no podemos llegar a la meta sin pasar por aquel tú que Dios pone en nuestro camino, la otra el otro son una Palabra de Dios. Cada uno de nosotros es Palabra de Dios pronunciada en la vida del otro, del mundo, de la historia, y cada otro es una Palabra de Dios pronunciada en mi vida.

Llegar a Dios pasando por el otro, experiencia de esto la tienen los esposos porque es propio de la vocación matrimonial llegar a Dios pasando el uno por el otro, y con su experiencia pueden ayudarnos en ese camino

La estima de la que habla Pablo es según la lógica del Reino donde: “la diversidad es don y la unidad es encuentro de diversidades”. Es el “formamos” un suelo cuerpo, dependemos unos de otros” de Pablo al versículo 5, donde la dependencia no es sumisión, no es incapacidad para tomar decisiones, no nos priva de las justas autonomía y responsabilidad, es fraternidad evangélica, es “una fraternidad abierta, que permite reconocer, valorar y amar a cada persona más allá́ de la cercanía física, más allá́ del lugar del universo donde haya nacido o donde habite” (FT1).

Es el modo propio de una comunidad cristiana, de una familia cristiana, de una comunidad religiosa que, se inserta en el mundo, está llamada a ser signo de un amor universal que la haga salir de sus propios miembros y creencias, para abrazar al otro(a), a todas las alteridades de este mundo” como bien explica Karl Ranher en su libro Amor a Jesús, amor al hermano.

Es una estima y una dependencia que nos hace cuerpo en Cristo que nos ayuda a discernir, actuar, elegir escuchando la voz de Dios que pregunta a cada uno, a la Iglesia, a la humanidad: ¿Dónde está tu hermano? ¿Dónde está tu hermana?». 

Es una estima que permite a la Iglesia cuerpo de Cristo y cada miembro suyo construir un orden social a partir de la fraternidad evangélica que va “más allá de la mera solidaridad. La solidaridad es el principio de la planificación social que permite a los desiguales llegar a ser iguales, la fraternidad permite a los iguales ser personas diversas. La fraternidad permite a las personas que son iguales en su esencia, dignidad, libertad y en sus derechos fundamentales, participar de formas diferentes en el bien común de acuerdo con su capacidad, su plan de vida, su vocación, su trabajo o su carisma de servicio. (Margaret Archer, Presidenta de la Academia Pontificia de Ciencias Sociales)

Formar un solo cuerpo, depender los unos de los otros, competir en estimarnos recíprocamente, es experimentar que de la mano con Dios la vida es danza de filiación y fraternidad y no es la danza de uno es la danza de un pueblo en camino.

Ven Espíritu Santo

Haznos vivir nuestra vida,

no como un juego de ajedrez en el que todo se calcula,

no como un partido en el que todo es difícil,

no como un teorema que nos rompe la cabeza,

sino como una fiesta sin fin donde se renueva el encuentro contigo,

como un baile, como una danza entre los brazos de tu gracia,

con la música universal del amor y con el ritmo de la fraternidad.

(Tomado del baile de la Obediencia –  Madeleine Delbrel)